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Ventiladores a doble potencia. Se han pedido quince consumiciones de más. Es un éxito y luego habrá pósters del Pulga en Hamburgo, Berlín o Munich. Los camerinos están invadidos por un capricho de botellas de agua apuradas y el ambiente habla de ella, con familia e hijos son como gatos todo el día con el miau miau y sus zarpas (hoy se quedaron en casa de la madre) y él, Francisco Abrantes, El Pulga, no dejó de huir desde que se fue. Ya tiene una cita con el bar del Antonio, mugroso con taburetes acolchados de poliespán rojo, al final de la línea 2, al sur lo más al sur Madrid, sobre todo para que nadie le vea cómo se despeña, resquebraja. Luego volverá a casa dando tumbos, en taxi al norte, lo más al norte de Madrid. Que por qué se comporta así que ya no es un chico, porque no le echó dos cojones. Al menos no tiene que vivir de prestado ni deber a todo quisqui. En el tablao lo expresa todo, es su expiación, su manera de plantarse a la vida y a la que lo mandó de casa a chirona, todo de un plumazo. Entre el público se metió pa dentro el gusanito de los corazones rotos y en las mentes aparecerán en el sueño imágenes en color de papeles rasgados, tazas rotas y pisadas, manzanas estalladas, cazuelas con las lentejas quemadas. De El Pulga ni hablamos. Eso ya lo pasó hace bastante tiempo.

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