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Cierra los ojos, la luz baja de intensidad, los ventiladores del techo adoptan una forma humana monstruosa, los camareros no dan a basto con las consumiciones. Un bastón golpea tres veces el tablao. Sudor: 2 hectolitros, tensión 5 gramos. Los primeros rasgueos, el cante es el pulsador de varias tormentas encadenadas, a punto de arrasarlo todo. Luego, en su sombra entra la quemadura, la espera, la madre que se aferra a la mala suerte, ella, Ella la hija, se deja arrancar la piel a tiras porque ella consiente, porque cuando ama lo hace con los intestinos, enmudece, el cante suena como la asistencia a un velatorio anticipado y cada golpe en la tarima es un incendio espontáneo, prisas portazos, abre la puerta maría o la echo abajo, en la voz varonil y ancestral del padre, que se difumina, es aquí rotunda. Alguien entre los asistentes se infecta, se calienta y a mi nena ni chistarla o te suelto una mandá de ostias, nadie interviene. Ella desde la escena, arriba, aunque ya no se sabe muy cuáles son los límites con el arriba y abajo, se está desdibujando la línea amarilla, ella camina hacia atrás, retirándose en la sombra, al acecho, como una fiera, hierve hacia la oscuridad, una copa se hace añicos por el suelo y las gargantas del cante desafían, increpan y las palmas chulean al que sustrae el honor, al que pesca con anzuelo y tira hacia sí hasta el dolor más agudo, a ella la convierte en títere sin cabeza, pero solo de boquilla, él habla claro, frenético, firme, firme, salta, gira, exhuda sudor a litros, usurpa a la música su protagonismo, sus caderas son una ofensa, un guantazo en la cara, doma un caballo atizado, espoleado con una herida en el vientre, rabioso y él, certero, clava sin saberlo un puñal de desidia en su cuerpo, ha marcado su espalda con la señal, alguien, borracho, pasado de rosca desde el público o desde un descampado árido, grita venganza, venganza, y el gris el blanco, el blanco, se enturbia como un pañuelo de seda al contacto con un rastro de vino, las luces se apagan a la vez y el sudor que ha alcanzado los dos litros por metro cuadrado, corre a baldazos por hombres y mujeres, que abren los ojos, sabiendo, esperando lo que sucede ya, ella sale, resuleve, insiste, pide, ejecuta, eso, eso, al que dice eso le silencian con un puñetazo, y el Pulga, araña sus últimas esperanzas frente a ella, que le da la espalda como haciéndole saber cuánto duele. Dos, dos taconeos en una esquina y el Pulga cruza el umbral, desiste, desaparece por una puerta y el escenario se llena de sol. Abre los ojos.

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