5_Las confidencias a Patricia

Cómo lloraba la abuela, a mares, un escándalo discontinuo de cascadas, de pañuelos desgarrados y llamadas a medianoche y tilas de madrugada con Patricia, la del quinto derecha, sola, desde hacía 23 años. -No puedo más. Esta situación me tiene de los nervios, presa del sofá, de los “Diario de”, esa persona a la que nunca debiste conocer, ¿quieres decirle que se vaya de tu vida?, tuviste un matrimonio feliz, hasta que él o ella decidió darse el piro, maldita sea, todo es una repetición encadenada de porqués consumidos por largas horas tediosas de insomnio y café con amigas y pastas los domingos o los sábados, o los dos días, o de repente a diario, perdida la noción del tiempo. Matías, hace cuánto te fuiste, ni siquiera sé si existe, pero estás en cada palmo de mi piel y de mis ilusiones, años y años tejiendo el pullover de una enfermedad, sí, sí, todos la llevamos dentro, podíamos haber muerto en un accidente de coche juntos, qué sé yo, esas historias terminan así, no de la forma más ruin, más áspera, más fieramente humana, lecturas de Blas de Otero, juntos, cuando reíamos. Cómo lloraba la abuela, no sé a ciencia cierta si todo esto sucedió así, me lo contaba en largas cartas Patricia, asustada, consternada, aunque también agradecía que Claudia se pasara por su casa porque estaba más sola que la una, su imagen repetida era un ciprés, un ciprés desde que en las clases de literatura, Laura Cortez (con “z” final), saliera corriendo por la clase escenificando cada poema, cada palabra masticada. “Ciprés” y era ponerse a temblar como una gelatina.

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