1_Ruth y Matías

Un bosque de castaños en otoño. Hay silencio, solo ese rumor de las pisadas, tan cinematográfico. Insistente, se acumula ese silencio como una gota fría por la espalda, la huidiza, la que llena su boca desde hace siglos. Ruth tenía los dedos de pianista y un abrigo que había pertenecido a su abuela. Por eso, había llegado hasta allí entre semana. Inesperadamente falleció Claudia, con 79 años. Estaba en plena forma, ayer mismo se dio un atracón de bombones, no puede ser, no puede ser, entre lágrimas su madre, ven, al abuelo le hará ilusión, ya, ya sé que les tienes aversión a los despachos de abogados, a las funerarias y a los funerales largos en noviembre, qué le vamos a hacer, le dio por morirse ahora. Matías, no habló, sus ojeras caían como bolsas de supermercado y exasperado se levantó y se fue al campo, al mismo bosque por donde caminaba ahora ella. Ruth pensaba en cómo se conocieron, todas las historias tenían un final diferente en función de la estación en la que se encontraban, primavera, dejaron un tiempo de verse y un día en una tienda de ropa de Gran Vía se cruzaron bien acompañados. Cinco horas más tarde dormían en la misma cama para no separarse hasta hoy. En verano, los días más largos y el mar de fondo tenían ese resabio de eternidad, hola, qué tal, qué haces por aquí, me fui me perdí tenía ganas de respirar de que me olvidaran todos y él dijo, a mí todas, y cinco horas después dormían en la misma cama para no separarse hasta hoy. En invierno, largas miradas a los zapatos, se descubrieron uno encima del otro, perdone que le pise, me encantaron sus pies, y claro, sonrisas, abrigos que hacen sudar más de la cuenta, y cinco horas más tarde, dormían juntos para no levantarse jamás de esa cama de matrimonio sin papeles. Hay historias de otoño o de noviembre más concretamente que saben a bosque recién llovido a ese olor a hierba húmeda que dan ganas de comérsela de un bocado o quedarse mirando en babia. También con la mirada perdida, aburrida con la palma en el mejilla derecha, completamente aburrida de los asuntos de oficina o de cotilleos que no le interesan nada y que lo que más desea es volver a la cama con Matías y juega con el resto del café, la espuma del último capuccino, cree que es la que menos pinta ahí, se dispersa pensando dónde, cuándo y cómo, él Matías, el que nunca tuvo en la cabeza más que el tacto de las tartas de manzana y algunos atardeceres sin fecha de caducidad. Matías está en la puerta pidiendo un capuccino, sí, por favor, ya acabé, dice Claudia, Matías no sabe si el grande el pequeño el intermedio, no le atienden, la taza de Claudia está en el lavavajillas, sí, el pequeño, son 1, 50, el capuccino de Matías ya está en la taza de Claudia y cinco horas después sin saber ni dónde cómo cuándo, dormían en la misma cama.

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