2_Pesadillas

En cuanto se apagó la luz, él dejó de respirar. La larga lista de desayunos compartidos se desvaneció ceniza del último cigarrillo, siempre marca el tiempo de una conversación. Había leía hace unas semanas este texto de Alejandro Sandoval Ávila: “Tuve un sueño muy cortito / Menos de diez palabras y ya. / No veinte / no cincuenta / no cien palabras : un gigante me estaba persiguiendo con un hacha. / El mío es un sueño terrible.//. Esa fue su pesadilla aquella noche. Se levantaba en sueños para ponerse un paño húmedo sobre la frente. Una gota de sudor le corría por la espalda, una guadaña sin licencia. Ella dormía con una dulzura inimaginable, como el primer día, a pesar de sus casi 61 años. Él había establecido la costumbre de observarla detenidamente, de robarle el aliento y los sueños o colarse en ellos, pintarlos con algún detalle que luego a la mañana siguiente recuperarían juntos. Se incorporó varias veces sobresaltado, aún servía la excusa de su hijo, el que tuvo antes de conocerla. No era ese el motivo principal, porque en cada incorporación sentada estaba ella, el hospital, él tumbado en una camilla que era más bien un carrito de catering con platos vasos y él ahí, se lo llevaban al quirófano, había una cola para comprar entradas en un cine, de verano con esos estrenos deplorables que, verano tras verano, nos sumía en la incomprensión y en la rareza. Otras veces, era ella con el vientre deshecho y la sonrisa intacta. ¿Qué nos quedó por hacer? ¿Qué es lo que nos rescataría, para siempre de toda esta sinrazón? Cuando ella muera, no, no quise decir eso, escarbaré un poco la tierra y dejaré allí una semilla ¿de qué árbol?, tengo que pensarlo cuanto antes, y del árbol levantado, ella permanecerá completamente viva en toda su fortaleza forestal. Eso lo vi en The Fountain, aconsejada por ese estadounidense que vino a la academia, un tal Darren Aronofsky, el que nos lió sin remedio una noche de playa y fiestas de San Sebastián. Sé que no tendré apenas tiempo, que ya no lo tengo, que debo correr antes de que...antes de...antes. Correr más allá de lo humanamente posible, algo que sea sublime, que nos eternice en un cambio de toallas.

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