Violeta

Hoy es el primer día de escuela de Lucía. Está ilusionada con sus nuevos cuadernos, con su mochila azul con princesas y sirenas. Le encanta el olor a lápiz y la brisa de septiembre. La colonia y el vestido nuevo le hacen cosquillas en el cuello y siente que le toman demasiado en serio. O que como regalo atrasado de navidad o adelantado, está ahí, delante de la verja que representa la evolución. Tiene metidos en la cabeza sus programas infantiles y sabe que vendrán otros jose óscar alberto a quitárselas o ver qué lleva bajo su falda. Violeta, sobresaltada, recoge el protector del objetivo Nikkor. Menos mal que sonó un claxon. Sus viajes en el autobús escolar eran estimulantes porque nada más entrar, dicen, cogía el micro y se ponía delante de todos a cantar hasta que, un día, sencillamente dejó de hacerlo. Ya no le interesaba. Guarda su cámara de fotos en la funda, verifica que le quedan un par de carretes y corre hacia el autobús 148, dirección Narváez, 17. A lo mejor trabajo como extra en una película, le dijo Mariano con un guiño. En aquel instante, lo felicitó. Luego, fue la certeza de que aquello resumía su vida y la de unos cuantos miles que no hacen nada, que no se meten en lo que sienten hasta las tripas. Violeta se imagina a una Lucía, aún vacante, con el pelo rizado, largo y una sonrisa tímida, minúscula. Se pregunta si sucederá ese primer día de escuela de Lucía o se quedará en la vida como una extra. No lo cree. Pasó esa época en la que dudaba de los resultados y le costaba conciliar sus sueños con sus actos.

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